Hace ya algunos días que dedico mi tiempo a lecturas relacionadas con la posibilidad/imposibilidad de la escritura. Encontrarme cara a cara con las llamadas literaturas del No me hace replantearme mi recién adquirido hábito de escribir. Los que me conozcan mínimamente sabrán que mi silencio como escritora ha durado unos diez años, fugazmente interrumpidos por alguna carta (de las antiguas sobre papel o de las actuales vía internet), un par de cuentos (sin más interés que el puramente sentimental) y pésimos borradores, esbozos, intentos fallidos de algo que nunca llegó a ser más que papel emborronado en la basura. Me resulta casi imposible explicar qué me ha hecho volver a hacerme con un bolígrafo y un cuaderno siempre a mi disposición en mi bolso, y, más difícil aún, qué me ha llevado a utilizarlos, con mejores o peores resultados. Sin embargo, sé cuál es mi excusa para explicar mi crisis bartlebyana: mi tío Celerino particular es el miedo.
El miedo, por un lado, que se experimenta al descubrir el vértigo en que consiste el lenguaje escrito, ése que nunca va acompañado de un movimiento de cejas o de manos, ése que se sienta desnudo, negro sobre blanco, sin frío ni calor, sin color ni movimiento ni más sonido que el silencio.
El miedo, por otro lado, surgido al intuir que no me pertenezco del todo, que no soy una materia que domino suficientemente, ni por asomo, que no controlo de manera alguna quién o qué soy, que no hay forma de echar el freno ni de pisar el acelerador de mi fantasía, que es imposible para mí indagar con mejores resultados que algunas vagas ideas de carácter general, que quedan fuera de mi alcance mis capacidades, la definición misma de lo que soy se diluye en un intento que puede ser a un tiempo mi orgullo y mi vergüenza.
Y un miedo más, el más terrible: el miedo al lector de entrelíneas. Ser consciente de que por más que yo intentara escribir una simple frase, la más sencilla e inocente palabra sin doblez ni envés, el lector podría acceder al umbral de la puerta, al interior, al conjunto de mi vida entera, a todos esos secretos que ni yo conozco de mí misma por medio de sabe dios qué sortilegios o trucos de brujería. Saber que con sólo dibujar sobre el papel una o dos letras, incluso al azar, el lector ya podría quitarme la ropa, rozar mi piel, penetrar mis pupilas y ver qué se esconde detrás de ellas. Y saber que la violación sólo se puede evitar con el silencio. Y aún de éste, el lector podría sonsacar alguna palabra.
Como esos otros lectores, los lectores de posturas o de miradas, que salen de la nada, se acercan y te observan con detenimiento y sin permiso, y vas tú y te sonrojas como una quinceañera, y miras hacia abajo y jugueteas con tu pelo o te enciendes otro cigarro por hacer algo. Y ellos te disparan a bocajarro un "sé cómo eres" o un "sé cómo te sientes y lo que estás pensando", sólo porque lo han visto en tu forma de mirar por la ventana. Y tú, entonces, encuentras las fuerzas que antes no tenías y te rebelas ante tal alarde de presunción, si bien sabes que es cierto lo que dicen, que es cierto que probablemente estén leyendo lo que tú no quieres que lean en las entrelíneas de tus ojos, pero por mínima dignidad jamás admitirás que te lo digan en voz alta y con tanto aplomo.
Y luego está ese lector que dice "eso que has escrito es exactamente lo que yo siento", o bien, "me he reconocido en tu escrito, me describes a la perfección". Y una se pregunta de dónde carajo se sacan unas ideas semejantes, y cuál de las entrelíneas es la que describe algo así. Y no hay nada más abrumador que cargar con la responsabilidad de ser una escritora de universales; nada hay tan terrorífico como dejar de ser una excepción única en el universo. Porque una cosa es un "me gusta", y otra muy distinta es un "soy así, como tú dices en esas frases"... pues si el otro es de esa forma, ¿de qué forma puedo ser yo? ¿Cómo ser yo sin ser el otro? Y siendo mi propia persona algo tan inasible para mí que no hay forma humana de reflejarla por escrito... y estando el lector tan seguro de que el escrito le define a él... o bien los dos somos la misma persona (aunque siempre me quedará la duda), o bien yo me equivoqué siendo y, sin querer, estoy no siendo yo, o siendo quien no soy... El lector que me conozca mínimamente (¡que levante la mano si se atreve!) sabe que ésa es una de mis más horrendas pesadillas. Me aterroriza. Me aterroriza aún más que saber que el lenguaje escrito se queda pequeño e insuficiente para todo lo que quiero decir; más que saber que no puedo evitar la lectura de entrelíneas; y muchísimo más que saber que soy inabarcable para mí misma: cabría la posibilidad de que esa parte a la que no alcanzo resultara no ser yo, sino un lector, un lector de entrelíneas cualquiera, anónimo, tú mismo que estás ahí sentado, identificado conmigo o, peor, idéntico a mí.
martes, 26 de junio de 2007
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3 comentarios:
Chica, desde mi simplicidad mas absoluta y mi sinceridad incorruptible he de decirte 2 cosas: 1ª que cuando he leido la ultima frase, ya no me acordaba de la primera. y 2ª Se nota que estudiaste filosofia, aunque tenia entendido que la filosofia busca otras cosas y no el ponerse barreras o inponerse miedos antes de hacer las cosas.
Como he dicho soy simple, pero creo que alguien que es capaz de expresar tantos sentimientos y, lo mas importante, hacerlos llegar incorruptos al que esta "en el otro lado" es porque sabe escribir.
Almenos para mi, si un texto no me hace sentir nada me deja la sensacion de que he perdido el tiempo, contigo he sentido.
Es difícil situación la que describes, Carmen. Pienso que habrá lectores que se identifiquen contigo, los que lo digan, o los que digan "sé cómo eres y qué sientes", porque no es más que una forma de identificarse. También, y siempre, por las infinitas combinatorias de probabilidades, habrá gente parecida a nosotros. Quién no ha tenido un doble en la vida, a quién no le han dicho que vieron a alguien casi igual a uno por la calle. Sin embargo, nunca será el mismo, nadie será idéntico a nosotros. Llevamos tantas máscaras, que se reduce la posibilidad de coincidir en todas ellas. Esas máscaras, presentes en la historia de la humanidad, no las controlamos ni siquiera nosotros mismos. ¿Acaso alguien sabe quién es? Hay dos posibilidades, o decir el "I prefer not to" de Melville, del que tu amado Vilamatas ha tratado en algún artículo, o seguir para alante tan sólo caminando sobre el hilo rojo, muy delgado, que nos guía en los pasos de la escritura, y de la vida en general.
bem, também eu vou perder o medo de soar ridícula depois do que escreveste, Carmen, e depois de te ter lido, mas, ainda que em espanhol (que percebo muito mal) o que me interessa mesmo é que vou voltar a ler-te.
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