Julian me contó su teoría sobre la superstición una noche con varias copas de más a sus espaldas. Le costaba pronunciar, entre otras, la palabra "superstición". También tenía dificultades para dejar las manos quietas. Y para acertar a poner el borde de su vaso en el borde de sus labios. Acababa de pedir la enésima copa, y empezó su explicación más o menos por la mitad. Algo sobre un científico que busca una ley y sus restricciones. Después se tocó el cordón que llevaba al cuello, y me hizo uno de esos gestos tan suyos que vienen a significar un "¿Lo ves? ¿Te das cuenta? Aquí está la clave de todo", o algo por el estilo. Pero yo me había perdido completamente: era un desnudo cordón negro, más bien fino y desgastado, que llevaba ajustado a su contorno. Creo que asentí mirándole. No estoy muy segura. Entonces él empezó a decir que aquel cordón le había salvado la vida varias veces. Y que al principio pensó que la fuente de su buena estrella era una camiseta verde que solía llevar; después creyó darse cuenta de que su suerte dependía de la cruz que colgaba por entonces del cordón. Decidió comprobarlo. Hizo varios experimentos de lo más extravagantes (algo sobre saltar por una ventana, o a la carretera entre los coches, creo) y, finalmente, dio con la solución: era el cordón, y no la cruz (por lo que acabó tirando ésta a la basura). Y sí, se consideraba "superst..." "supeds..." No logró acabar su discurso: salió corriendo de pronto buscando un baño para vomitar. A su regreso, no recordaba de qué estábamos hablando.
Pero a mí su historia me había encantado. Julian no era supersticioso: ¡Julian era un científico!
viernes, 15 de junio de 2007
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